¿Qué ves cuando te ves?

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Esta es una pregunta que me ha hecho Macarena, directora de la revista Entre Nosotras, y con la que espera que yo empiece a dejar algunas letras de mi mano en estas hojas que hoy estás leyendo tú, amable lector. Esta preguntita de mi amiga, que pareciendo un juego de palabras encierra toda una trama de sugerentes ideas sobre muchos aspectos internos o externos, está empezando a proyectarme imágenes del yo intimista, pero no secreto, que me permiten abrirte algo de la cajita que todos tenemos cerrada para otros ojos. Procuraré ser sincera y objetiva conmigo en la medida que se pueda, claro. No esperes lector, que te resuelva lo que tu veas de mí tras contarte lo que yo veo cuando me veo. A primera vista mi Macarena querida, me veo bien. Puede parecer petulante, pero no lo es. Sencillamente acepto las curvilíneas del mapa y la materia que compone mi yo ante el espejo, he aprendido a vivir con ello y a darme cuenta de que son la señalítica que cubre mi vida y también el resultado de mis actitudes y desempeños actuales, en cualquiera de los ámbitos de la vida. Sí, estoy bien y me veo bien. Porque lo que veo concuerda con lo que siempre quise obtener de mi: huellas de vida. Tanto en lo interno como en lo externo, en lo propio como en lo ajeno. Veo bien lo que veo cuando me veo. Esto no es gratis, ¡por supuesto que no!. Todo en la vida es más difícil de lo que parece. Para obtener un resultado final de lo que va de mi vida y verlo positivamente he tenido que pasar la vida que fue, y aceptarla. Por fortuna estoy hecha de una pasta que se arruga por unos momentos pero se levanta y tensa con fuerza y que se llama optimismo. Cualidad que me ha permitido superar los escollos que la vida me hubo presentado, unos más duros que otros, como a cada hijo de vecino. Y entonces lo que veo, lo veo bien; porque es el resultado de lo que mi vida ha sido y es. Las marcas de este mapa interno son avisos perfectos para evitar caminos incorrectos o torpezas conocidas, pero sabiendo que siempre me volveré a equivocar y que eso es vivir, amar y desamar. Mi camino lo iluminan los besos que me llevo hasta la muerte de los que ya no me besarán más, y de los que faltan por besar y que me besen. Valentías hechas de carteles de “aquí no pasa nada, porque siempre podría ser peor”, y que me hacen cada vez más receptiva y menos reactiva. La edad y vivir te enseñan, como maestros inmáculos y perfectos, porque son propios, y ya sabes que nadie aprende sobre libro ajeno. Creo que el equilibrio que proporcionan los años es un vino dulce en temperatura correcta y que te llega como un bálsamo suave penetrando poco a poco y aliviando muchas situaciones. Sus efluvios permiten el sopor que deja amodorrado el dolor para convertir en hechos anecdóticos los sinsabores. Esto sucede con la edad y con ella también sucede algo mágico, ¡te ves más guapo!. Sí, mucho más de que nunca fuimos. Porque nos vemos sin artificios, Nos vemos como lo que somos y no luchamos con ello. Lo aceptamos porque es lo único que genuinamente nos pertenece. Sucede con la edad, ¿no es maravilloso? ¿Qué veo cuando me veo? Una mujer de 52 años, que ama la vida, para seguir amando. ¿Y tu, qué ves cuando te ves?

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